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Zdravko Ducmelic: Intemporalidad y misterio

Zdravko Ducmelic: Intemporalidad y misterio

La obra de Ducmelic seduce sin sorprender: el magnetismo de su imagen perdura en lecturas sucesivas porque se remite a lo esencial, sin recurrir a efectismos visuales ni artificios matéricos. Pintura lírica y contenida, de tono grave y misterioso, mantiene su vigencia como todo lo auténtico y superador de lo contingente.

Nacido en Croacia en 1923, Zdravko Ducmelic llegó a la Argentina hace cincuenta años, adoptó la ciudadanía en 1958, produjo la mayor parte de su obra entre nosotros y falleció en Buenos Aires el 10 de enero de 1989.

Estudió en Zagreb, Roma y Madrid. En la Universidad Nacional de Cuyo integró el plantel de profesores y junto a notables como Sergio Sergi, Víctor Delhez, Lorenzo Domínguez, Luis Quesada y Ricardo Scilipoti entre otros, conformó una pléyade artística que ofreció excelente formación académica.

Yugoslavo y con el panorama desolador de quien se aleja de su país más el drama de la guerra, subjetivizó el paisaje mendocino y así como el mar -simbólicamente- está más en la música de Debussy que en el océano Pacífico, la montaña está más en su obra que en la cordillera de los Andes.

Su trayectoria tiene etapas que brillantemente definió Adolfo Ruiz Díaz en un ensayo consagratorio. Pero lo que recordamos al evocarlo -sin olvidar sus cuadros abstractos, su recurso al collage y sus esculturas- es la serie de los paisajes imaginarios y la particular concepción de la figura humana.

Tenues veladuras, sobriedad cromática, atmósfera enrarecida, sugestión metafísica, arcaísmo, elegancia, misterio y perfección técnica son datos constitutivos de una pintura que, como ninguna, pudo parangonar el aspecto más fantástico de la literatura de Borges.

Frente a algunos de sus cuadros se tiene la sensación de que el lugar domina al ser humano con su extensión y quietud, acaso lo que sintió en la geografía americana.

En otros, el hombre es una perfecta continuidad del paisaje y lo humaniza con creaciones de la inteligencia -Ruiz Díaz designa a esta pintura con el calificativo de cósmica-, siempre bajo ese velo de misterio, de incógnita a develar, de extrañeza y al mismo tiempo dentro de una poderosa belleza plástica.